Evolución del Concepto del «Sueño Americano»
Desde hace muchos años, a todos en el mundo -pero muy especialmente a los pobres,- nos han vendido «el sueño americano«. Sin duda alguna, es una de las frases más conocidas y más representativas de los Estados Unidos. Es casi un consenso afirmar que el mentado «sueño» refleja la «realización plena de las oportunidades personales«, donde el concepto «oportunidad» se mide en términos económicos: una buena casa, un buen carro, acceso a cuidados de salud de calidad, poder pagar los estudios técnicos/universitarios de los hijos y un par de vacaciones en el año.
Sin embargo, la profesora británica Sarah Chuchwell, en una de sus investigaciones descubrió que no siempre fue así. Según ella, a principios de 1900, el «sueño americano» era sinónimo de justicia social e igualdad económica, por lo que la riqueza como tal era su principal enemigo. Luego, con la Primera Guerra Mundial, el concepto se transformó en anhelo de democracia internacional y posteriormente se fue impregnado del deseo de acumular infinitas riquezas, hasta que la Gran Depresión lo convirtió en un sueño de democracia social.
La Segunda Guerra Mundial llevó al sueño americano a ser uno de democracia liberal, mientras que la prosperidad de la post guerra lo cambió a la idea de la movilidad social (toda persona puede ascender en la jerarquía social) y el capitalismo democrático, hasta que finalmente el movimiento por los derechos civiles lo convirtiera en sinónimo de igualdad democrática. Tanto en épocas de crisis como de prosperidad, el sueño americano sirvió como ideal de unidad, de justicia social, de igualdad y oportunidad… hasta que comenzó a servir como símbolo de división.
La Trampa de la Meritocracia
Hace poco cayó en manos del autor de este artículo unas reflexiones muy interesantes del economista, filósofo y profesor de Yale Daniel Markovitz, quien afirma que la idea de que en Estados Unidos la gente puede salir adelante por sus propios méritos, es en la actualidad una FARSA, misma que él denomina la «trampa de la meritocracia«, que impide que las clases medias y bajas aspiren a escalar en los estratos sociales.
Markovitz se cuestiona la creencia de muchas democracias occidentales, comenzando por EEUU, de que las economías de libre mercado promueven el talento y la excelencia per se. O sea, los ideólogos del neo liberalismo profundo insisten una y otra vez en que cualquier persona con deseo, perseverancia y que desarrolle sus habilidades puede llegar a la cima, o al menos a cubrir sus necesidades básicas e ir un poco más allá. Esto pudo ser real hasta la década del 70, pero actualmente, según este reconocido investigador, «Estados Unidos, de hecho, se ha convertido en una jerarquía de clases muy rígida y selectiva en la que las élites se segregan del resto de la sociedad«.
Uno de los factores que el académico menciona para sustentar su punto es que «la brecha de puntuación (en los exámenes) entre los niños cuyos padres ganan más de US$200,000 al año y los niños de familias de ingresos medios es dos veces más grande que la brecha de puntuación entre los niños de familias de ingresos medios y los niños en condiciones de pobreza… y eso muestra hasta qué punto los ricos son capaces de comprar la educación para sus hijos«.
Al no poder acceder a universidades de élite, a los jóvenes provenientes de la clase media y baja les resulta más difícil acceder a los empleos mejor pagados, sin contar que casi la mitad de su vida profesional la tienen que pasar pagando los muy onerosos préstamos estudiantiles, que cada vez hacen más ricos precisamente a aquellos que mandan a sus hijos a las escuelas a las que ellos no pueden acceder.
Sueño Americano o Pesadilla Americana
Donald Trump ha exacerbado muchas cosas en los EEUU: la supremacía blanca, el odio racial, el desprecio a los que menos tienen y también, la pobreza, pero no podemos en lo absoluto echarle la total culpa de este último renglón, pues ese viene deteriorándose por años. En el 2017, el relator especial sobre pobreza extrema y derechos humanos de la ONU, Philip G. Alston decía refiriéndose a Estados Unidos:
«Su enorme riqueza y conocimiento contrastan de forma chocante con las condiciones en las que viven grandes cantidades de sus ciudadanos. Unos 40 millones viven en pobreza, 18,5 millones en pobreza extrema y 5,3 millones viven en condiciones de pobreza extrema propias del tercer mundo«. Y agregaba que si en este país existiese la voluntad política de eliminar la pobreza extrema, «podría ser fácilmente eliminada«.
Estados Unidos, -sustenta el informe-, tiene una de las tasas más bajas de movilidad social intergeneracional entre todos los países ricos. La tan mentada «igualdad de oportunidades» sigue siendo muy valorada en teoría, pero en la práctica es un mito que puedes percibir con solo dar un paseo por la mayor parte de las ciudades estadounidenses, afectando no solo a las minorías y las mujeres, sino también a las familias blancas de clase media. Las altas tasas de pobreza infantil y juvenil perpetúan de manera efectiva y persistente la transmisión de la pobreza intergeneracional y aseguran que el sueño americano haya pasado, para buena parte de la población, a convertirse en la pesadilla americana.
El Encarecimiento de la Pobreza
Algunos visitantes se quejan de lo caro que Estados Unidos, pero no imaginan lo caro que es ser pobre. Millones de familias estadounidenses no disponen de un Fondo de Contingencia para enfrentar una emergencia médica (que puede y de hecho lleva a muchos a la ruina total) o un gasto inesperado como la simple rotura del aire acondicionado o el calentador de agua.
Como no les alcanza lo que ganan, muchos acuden a préstamos con tasas de interés de hasta 400% y más (si no me crees hazle una visita a Amscot) que con el tiempo los hace caer en una espiral de deuda de la que no pueden salir, ni siquiera con la famosa «bancarrota«, pues no disponen del dinero para pagar a los abogados que se encargan de hacerlas, cobrando precios alucinantes. Muchos tienen que recurrir a empresas de alquiler de muebles y menaje del hogar para habilitar sus viviendas con cosas tan básicas como una lavadora o una computadora y terminan pagando casi el triple del costo de esos bienes, sin llegar jamás a poseerlos.
Cuando necesitan un vehículo, fundamentalmente para trabajar, como no tienen suficientes ingresos o historial de crédito, les hacen caer (de muchas sofisticadas maneras) en fraudulentos esquemas donde terminan pagando enormes sumas por vehículos con muy poco valor de uso, al que además de pagar la onerosa mensualidad tienen que invertirle muchísimo dinero en costosas reparaciones y piezas de repuesto, lo que también conlleva a que su crisis financiera sea cada vez más aguda.
Y cuando consiguen un empleo, no sólo son mal pagados en muchas ocasiones, sino que los empleadores evitan contratarlos a tiempo completo para no darles vacaciones pagas ni beneficios, por lo que no les dan más de 35 horas a la semana. Una muy buena parte de los empleos que las últimas administraciones (republicanas y demócratas) presumen de haber creado, son precisamente de ese tipo.
Y ya para colmo de males, los pobres terminan pagando más impuestos relativos por cada dólar que los ricos, quienes utilizan sus empresas, inversiones y emprendimientos en el extranjero como parabán de sus obligaciones fiscales.
El Sueño Americano y los Nuevos Inmigrantes
«En el país de los ciegos, el tuerto es rey«, reza un viejo refrán español y puede ser la razón por la que muchos que llegan a este país procedentes de países del tercer mundo, con enormes índices de miseria y, generalmente, de violencia social, siguen tragándose el cuento de que Estados Unidos es el mejor país del mundo.
No se trata de sólo ver la cara fea de la Luna, o de que todo sea malo. Indudablemente es un país con grandes logros, con oportunidades reales para muchas personas y con ciertos programas sociales que ya los quisieran la mayoría de los países subdesarrollados. Se trata de una vez de desmitificar el dichoso sueño americano, de que el mundo sepa que hay oportunidades para muchos, pero no para todos. Y que cada vez son menos los que tienen acceso a esas oportunidades, pues la espiral de pobreza -tanto la absoluta como la relativa- se va haciendo más profunda, aún cuando los «poderes del universo» lo hacen todo tan sofisticado y tan difícil de distinguir entre la realidad y las falacias.
A esto hay que agregar el lavado de cerebro, que de tanto repetirse durante años, ha llegado a convencer a muchos de que «los ricos son trabajadores, emprendedores, patriotas e impulsores del éxito económico, mientras que los pobres son vagos, perdedores y tramposos, por lo que no vale pena invertir en ellos«. Eso conlleva a que en la formulación de las políticas, se presupone de facto la buena voluntad de los ricos y los entes corporativos, mientras que respecto a los pobres y la clase media se presupone todo lo contrario. La criminalización de la pobreza es otro factor que, por si hiciera falta más, ha contribuido a devaluar el sueño americano.
Y lo que es más impresionante aún, la brecha entre ricos y pobres es cada vez más agobiante y más inmoral. De 1980 al 2017, el 1% más rico de Europa pasó de poseer del 10% al 12% de toda la riqueza nacional. En Estados Unidos, el salto fue del 10% al 20%, y en el 2020 se espera que sobrepase el 30%, pues en el 2018, de toda la riqueza que se generó en EEUU, el 84% fue al 1% de los más privilegiados y el 16% fue al 99% restante. Aunque podríamos ponerlo de una forma aún más grave e impactante: el 84% fue al 1% ultra rico, el 10-11% se distribuyó entre el 9% de los más ricos. Y el 90 % de la sociedad tuvo que conformarse con las migajas que representan el 5%.
La Solución
No creo que nadie, ni institución y mucho menos un individuo aislado sea capaz de resumir en pocas palabras lo que pudiera constituir la salida al enorme y vergonzoso problema arriba enunciado. El tema da para debatir siglos entre los mejores eruditos, que no es el caso de quien estas líneas escribe. Sin embargo, en medio de esta hecatombe, al momento actual hay sólo 3 cosas claras:
LA PRIMERA: por oscura que sea la noche, no es un callejón sin salida. Estados Unidos es incuestionablemente un país poderoso, con enormes logros en muchos campos, y si otros países capitalistas desarrollados (imperfectos, pero menos aberrantemente desiguales) han logrado avances en la justicia social y una mejor distribución de la riqueza, nosotros también podemos lograrlo
LA SEGUNDA: cada vez que hay elecciones presidenciales, todos los candidatos nos exponen, y hasta nos atiborran, con innumerables planes y «soluciones«, pero hasta ahora lo más sensato que he escuchado proviene de un candidato que no ha brillado mucho hasta ahora, Tom Steyer, pero que no se cansa de afirmar que mientras no seamos capaces de resolver el estrangulamiento y el dominio ilimitado de las corporaciones y los «intereses especiales» sobre la economía y las instituciones democráticas, no podremos alcanzar el progreso. Podremos llegar incluso a lograr ciertos crecimientos y cierta disminución de indicadores negativos, pero sin esa condición sine qua non, no habrá PROGRESO.
LA TERCERA: y más importante, es que rendirse no es una opción. Hay que seguir luchando, exigiendo, protestando, votando, construyendo, y uniendo voluntades… y ni siquiera es válido cuestionarse la posibilidad del cambio. Al sueño americano de marras puede que no regresemos, pero el cambio es posible e ineludible. Sentimos mucho que ese viejo señor haya muerto, pero no se vale proclamar un minuto de silencio. Es tiempo de ruido. De mucho ruido.
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