Hace un par de días me llamó la atención unas reflexiones de Jonathan Bernstein, -un columnista de Bloomberg Opinion con el cual en ciertas cosas difiero, pero siempre respeto y sigo con atención-, acerca del tema de la «elegibilidad«, pues tiene que ver con algo en lo que he venido insistiendo mucho en los últimos meses: no se trata sólo de elegir al candidato demócrata que pueda vencer a Trump, sino al que además de eso, pueda arreglar el enorme desastre que vamos a heredar del actual presidente y su equipo de la «mejor gente«, según palabras del propio Rey del Estiércol.

Pocas veces un país (al menos la mayoría de un país) ha estado tan desesperado por salirse de un presidente como en el momento actual y es lógico que surjan lemas como «Vote Blue, no Matter Who» (Vote Azul sin Importar Quien Sea) y que oigas tan a menudo la frase de «Yo le voy a cualquiera que pueda ganarle a Trump«. Y eso hace todo el sentido del mundo.

Sin embargo, nuestro drama ni comenzó con Trump ni se acabará el día en que no esté Trump. Nuestros problemas van mucho más allá y se extienden desde la Corte Suprema hasta la composición del Congreso y su dependencia de Wall Street y la América Corporativa. Desde un país más dividido que nunca, hasta el renacimiento del racismo, la discriminación, el odio y la supremacía blanca. Desde millones de familias viviendo en la pobreza hasta millones de personas sin la debida atención médica, pasando por millones de trabajadores que reciben un salario cada vez más insuficiente para cubrir sus más básicas necesidades, sin mencionar la creciente crisis del cambio climático.

La muy «independiente» Corte Suprema está saturada con jueces de inclinación conservadora en mayor medida aún que cuando en el 2010 nos «obsequió» con la muy controvertida decisión de reconocerle a las corporaciones similares derechos que a las personas para apoyar un candidato o actuar en su contra, conocida como «Ciudadanos Unidos«.

La composición del Congreso no se corresponde en lo absoluto con la composición de la población estadounidense, tal y como verás en la imagen de abajo: a la izquierda están, en este orden, el porcentaje de millonarios en el Congreso, de hombres blancos, de mujeres y de mayores de 55 años, mientras que a la derecha están los porcentajes de esos mismos indicadores, pero en el país.

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Y peor que eso aún es la fea realidad de que el verdadero poder en Washington lo devengan los cabilderos (en su mayoría ex altos funcionarios del gobierno con mucha información y habilidades) que utilizan el enorme poder y el dinero de las corporaciones para elegir a los senadores, representantes y jueces que luego harán las leyes y regulaciones que benefician a esas mismas corporaciones y al privilegiado 1% de nuestra población, además de que la forma de gobernar imperante y de tomar decisiones no es el bienestar común ni la más elemental lógica, sino el tráfico de influencias y el peso de cada decisión en «si me va a ayudar a ser reelegido o no«.

Necesitamos a alguien que le gane a Trump. Claro que sí. Pero junto a eso y sobre todo, a alguien que pueda disminuir el impacto de esos y otros problemas que por razón de espacio no se mencionan arriba. 

Entonces, absolutizar la capacidad de algún candidato a ser o no «elegido» en dependencia de su capacidad para vencer a Trump es peligroso, pues como bien señala Bernstein, nadie sabe realmente cómo van a votar las grandes masas en las primarias, y mucho menos cómo van a reaccionar en las presidenciales. Asumir como verdaderas ciertas tendencias o fenómenos que no han sido probados fehacientemente es tan peligroso como partir de supuestos que fácilmente pueden ser calificados como «leyendas urbanas«. Veamos algunos ejemplos de ambos casos:

* Cuántas veces has escuchado decir: «este país no está preparado para tener una mujer presidente«, pero eso no lo sabemos con certeza. No es más que una hipótesis, en el mejor de los casos, que nadie ha demostrado suficientemente, sobre todo porque sólo ha habido una sola candidata mujer a Presidente, la Clinton, que por cierto le ganó el voto popular a Trump por más de tres millones de votos. Entonces no descalifiquemos a ninguna de las mujeres que están en la contienda guiándonos exclusivamente por este precepto.

 

* Otras veces nos dejamos guiar por simplemente «el que va delante en las encuestas«, lo cual no siempre, y no suficientemente es prueba de que puede ser el candidato ganador. Las encuestas previas a las primarias no solo reflejan la popularidad de un candidato sino también el nivel de conocimiento que la gente tenga de uno o de otro. El hecho de que persistentemente Joe Biden haya encabezado las encuestas no significa automáticamente que es el más popular, sino que es el más conocido de los contendientes, debido al papel que ocupó en la administración Obama. A la hora de la elección presidencial, donde ya el conocimiento respecto al candidato no es un factor determinante, otros factores pueden afectar la «elegibilidad» o no del aspirante a presidente…sobre todo su capacidad real para lograr las transformaciones que un importante número de nosotros está abierta y vocalmente deseando.

 

* O este último, para no aburrirte con tantos ejemplos: «a los candidatos moderados les va mejor que a los del extremo«. No es cierto. No hay evidencia estadísticamente sustanciada al respecto… todo depende de si la mayoría quiere moderación o se inclina hacia un extremo u otro. De todos los candidatos republicanos en el 2016, Trump era el más extremo hacia la derecha y mira adónde llegó. Por eso, si quieres sacar del juego a Bernie Sanders porque no compartes sus ideas, pues está bien, pero no podemos decir que no puede llegar a presidente porque la gente lo percibe como parte de la extrema izquierda. No sería la primera vez que, en Estados Unidos y en otras democracias, la mayoría se inclina por uno u otro extremo del espectro político.

La política es una fiera rabiosa, y aunque casi todos los latinos sean expertos en fútbol, igual que casi todos los cubanos se consideran expertos en béisbol, Berstein nos previene de no caer en la llamada «falacia de las lumbreras» (pundit’s fallacy): la tendencia a creer que lo que los que las consideradas autoridades en la política piensen o les guste es lo que al final va a resultar lo más popular en la realidad.

Hay que tener confianza en que la mayoría del pueblo estadounidense aprendió con creces la lección del 2016 y que esta vez seremos capaces de votar y elegir al mejor hombre o mujer para desempeñar el cargo y desarrollar el país por los próximos 4-8 años, basados no en asunciones y presunciones, sino en la capacidad que tengan de demostrar la solidez de sus principios y la validez de las estrategias que se propongan implementar.

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